jueves, 2 de septiembre de 2010

Tesoros cotidianos


Imagino que será un poco difícil de entender para alguien que no ha sentido nunca pánico antes de abrir la puerta de su casa...

No me ocurre siempre pero sí bastante a menudo; subo las escaleras, preparo las llaves para abrir la puerta de casa y entonces me viene sin buscarlo el desagradable recuerdo de lo inquietante que era ese momento cuando vivía en mi casa familiar. Cualquier cosa era posible salvo encontrar tranquilidad.

Primero fue la imagen de mi padre en la cama durante meses. Diagnóstico: depresión mayor. Pronóstico: reservado. Medicado, despeinado, con barba, desconocido, con su mirada azul perdida.. ¿Dónde estaba mi PADRE? ¿Qué fue de aquel señor elegante, inteligente, trabajador, estricto, perfeccionista al que tanto me parecía físicamente y al que tanto admiraba? (¿me seguiré pareciendo?)¿Por qué dejó de ser mi príncipe para siempre?

Más adelante, ya SOLAS, muchas veces el problema era económico y yo no me atrevía a decir, por ejemplo, que tenían que comprarme una calculadora científica para el instituto o unas pinturas de cera para el cole porque sabía que eso podía desencadenar un huracán; ensayaba una y otra vez cómo decirlo sin que me chillaran pero cualquier intento era en vano. Los gritos desesperados formaban parte de la cotidianidad. Otras veces el problema era una discusión tremenda con mi abuela, mi hermana, con quien pillara, el tema acababa siempre con voces desorbitadas y a mí me daba vergüenza después cruzarme por el portal con los vecinos. Alguna vez tenía que correr por el largo pasillo hasta mi habitación y echar el cerrojo (aún me pregunto por qué había cerrojos en todas las habitaciones de mi casa) para protegerme porque algo me iba a salpicar a mí. Las peores veces, las más duras que recuerdo con diferencia, tras el umbral de la puerta me esperaban noticias terribles: enfermedades graves, ingresos hospitalarios, fallecimientos repentinos...

Quizá lo estoy exagerando todo y hasta noto cierto tono victimista en lo que escribo. Ya se sabe que hay que descontarme el porcentaje de exageración innata que tengo, pero prometo que me cuesta recordar lo bueno. Al menos hoy, que ando sensible y un poco embarazada. Si otro día hago memoria de “lo bonito de mi infancia”, que lo habrá, lo compartiré, que ese era en realidad el sentido de este blog...

El caso es que por muchos años que pasen sigo valorando como auténticos tesoros determinados momentos de mi día a día actual; ducharme con tranquilidad por la mañana sin temer salir de la ducha...; ir a buscar a ELLA después de trabajar y esperar su abrazo y su sonrisa cuando ve que su mamá ha llegado; meter la llave en la cerradura de la puerta con total tranquilidad sabiendo que sólo me espera silencio dentro; escuchar que ÉL llega a comer y cómo va a saludar y a comer a besos a su niña; echarnos una siesta descomunal sin que nada nos interrumpa; salir a pasear por el pueblo o ir a los columpios o a la playa a ver la puesta de sol; bañarla y echarle crema que huele muy bien; cenar; ver un poquito la tele; contar un cuento inventado cada día; irnos a dormir en paz.
Ayer , antes de irnos a la cama, sentí que estallaba una especie de pomba de jabón dentro de mí. No sé si ELLO me enviaba su primer mensaje. Estaré atenta.

Me encanta compartir el silencio y llenarme de nada, que ya es bastante.

"Donde una puerta se cierra, otra se abre".

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