jueves, 2 de marzo de 2017

Tengo alergia

Hace años que sospecho que tengo  alguna que otra alergia, pero como una de las plenamente reconocidas es la de ir al médico y las salas de espera y la pérdida de tiempo entre batas blancas..., nunca me he hecho las pruebas. El caso es que el comienzo de la primavera y del otoño, que son mis estaciones favoritas, por su despertar y su despliegue de color,  siempre acaba acompañado de estornudos, congestión nasal, cansancio....Y de ahí a que mi estado de ánimo haga "cataplof" hay un pasito de nada. LLevo unas semanas con bastante tristeza pegada a la tapa de los sesos, luchando a diario por disimularlo, sobre todo ante mí misma, pero no hay manera, siempre me vence. Es como si de repente algo hubiera pulsado el interruptor de un "noséqué" que estaba ahí latente pero enmascarado por la alegría tan intensa que he vivido durante este curso casi a diario. A mí algo me dice que precisamente esta tristeza viene por ahí..., por mi miedo a lo bonito, porque cuando soy tan feliz me entra vértigo, porque sigo sin acostumbrarme a que lo bueno también lo reserva la vida para mí. Llevo unas semanas despidiéndome mentalmente de este centro en el que me he sentido mejor que en ningún otro sitio, con mucha diferencia. Estoy preparándome para el adiós. Y no lo entiendo. No me entiendo. En vez de centrarme en todo lo que aún me queda por disfrutar, me sorprendo a diario llegando al cole con la sensación de tener un pie dentro y otro fuera, intentando incluso ya ordenar el despacho y las carpetas del ordenador para que el próximo o próxima afortunado/a encuentre bien las cosas.
Todo empezó un día en el que una persona de mi departamento soltó la frase: "He estado mirando el calendario y justo mañana estamos en la mitad del curso". Patadón en el estómago. ¿Cómo? ¿Qué estoy oyendo? ¿Mitad del curso? No puede ser. ¡Si acabo de llegar! Si aún no sé dónde está el laboratorio. Si yo ya me siento incapaz de trabajar sin MAREMORI cerca, si me he implicado tanto que ya me siento parte de este centro, si el conserje me enciende el radiador cada mañana para que el despacho esté calentito, si la directora se toma cervezas conmigo,  si a pesar de que ha habido momentos complicados aterrizar aquí ha sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, si los kilómetros no son nada comparado con las toneladas de amor que recibo al llegar...
Otro día alguien soltó: "Brisa, te estás ganando enemigos"¡Para qué quieres más! Ya empieza mi cabeza a centrifugar emociones, ¿qué necesidad tengo de buscarme enemigos y luchar contra molinos en un sitio  en el que estoy "de paso"? Es una frase tonta, dicha sin ninguna malicia y refiriéndose a la particular manera que tengo de no callarme mi opinión nunca, al menos desde que me siento libre en el trabajo, aunque lo que digo pueda resultarle incómodo a determinadas personas que, por su forma de proceder, hasta ahora parecían bastante intocables. Tengo clara mi prioridad y son los alumnos, especialmente los que presentan mayores dificultades.  Enseñar a los listos, guapos, aseados y con una familia guay es muy sencillo, para eso todos somos super buenos profes.  No voy al centro a hacer amigos, ya OS tengo fuera, los mejores del mundo, que lo sepáis,  por si hace mucho que no os lo digo o por si nunca os lo he dicho. Si encima tengo la suerte de encontrar a alguien que  además de una amiga es una HERMANA, mejor para mí, pero no la buscaba, la he encontrado y me la quedo, eso sí,  ni por asomo la pierdo. "Nacimos de la misma risa", como Campanilla y Periwincle,  y mi hermana, a la que echo de menos cada día,  la ha elegido para mí, porque sabe cómo cuidar a una flor del paraíso, por delicada que sea.

¿Y a qué venía todo esto? ¡Ah!, pues que tengo alergia a algunas personas, que mis alérgenos más potentes son lo que carecen de empatía y hacen complicado con los chavales algo que, con un mínimo de sensibilidad, es de lo más sencillo. Y tengo alergia a los del autobús naranja. Y a Trump.

No me quiero ir de aquí, y no sé por qué no dejo de irme un poco cada día... Este año detesto la incertidumbre interina y la cantidad de factores fuera de mi control de los que depende el futuro de mi familia, puff. Otros años me parecía un reto, una especie de aliciente, "¿dónde aterrizaré el próximo curso?" Me inquietaba mucho pero no me importaba tanto cambiar, no he llorado nunca al decir adiós. Tiene sus ventajas cambiar de jefes y de compañeros cada curso, así no me canso de la gente, que a mí la gente, en general, me harta bastante. Y voy y me encuentro este curso con personas, que ya nunca más volverán a ser gente, con eso no contaba. 
La próxima vez que alguien diga "estamos en la recta final del curso", le doy un ¡¡zasca!! en todos los morros. No quiero que se acabe este curso. Una vez más me viene a la cabeza mi escena favorita de "La vida secreta de las palabras". Así me imagino el 30 de Junio, inundando el despacho:

"Joseph: He pensado que... tú y yo... podríamos ir a algún sitio, juntos... uno de estos días. Hoy. Ahora mismo. Ven conmigo, Hannah.

Hannah: No, yo... creo que no va a ser posible.

J: ¿Por qué no?

H: Mmmm... porque si decidiéramos irnos a algún lugar juntos, me da miedo que un día... hoy no, quizás... quizás mañana tampoco, pero un día, de repente, puede que empiece a llorar y llorar, y que llore tanto que nada ni nadie pueda pararme, y que las lágrimas llenen la habitación, y que me falte el aire, y que te arrastre conmigo, y que nos ahoguemos los dos.

J: Aprenderé a nadar, Hannah. Te lo juro. Aprenderé a nadar."


Ya está, ya me siento mejor. Estar "de paso" no implica pasar y a lo mejor ese paso dura más de lo que pienso...
Ya sé a qué tengo también alergia, a mí misma cuando entro en estos bucles absurdos cuyo desenlace además no depende de mí, ya me lo dice ÉL. No me soporto. A ver si me vacuno.